Fuera de juego by Alan Scholefield

Fuera de juego by Alan Scholefield

autor:Alan Scholefield [Scholefield, Alan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


15

El planchado, como la música dodecafónica o la física cuántica, siempre había sido un misterio para Henry Vernon. Durante casi toda su vida Watch se había ocupado de su ropa. Watch tampoco planchaba, exceptuando los cuellos blancos almidonados que Henry tenía que llevar en el tribunal, pero al menos se había ocupado de organizar la faena. Pero ahora Watch no estaba.

El día anterior Henry había hecho la colada. Con gran éxito, pensaba él, puesto que no había inundado la cocina. Después había puesto todo en la secadora, una máquina asombrosa. Y ahora tocaba planchar.

Como todos los novatos, había tenido que enfrentarse con la tabla de planchar, ese intratable adminículo de la domesticidad. Después de varios intentos fallidos para montarla, en los cuales se había cogido un dedo, la había dejado en el suelo y estudiado atentamente. Evidentemente era un objeto peligroso, y le asombraba que el Ministerio de Salud Pública permitiera su venta libre.

Henry no era por naturaleza un técnico. Se sentía feliz con un tratado de leyes, o incluso con la crónica de un juicio por libelo, de modo que muy pronto se dio cuenta de que la tabla de planchar —en su presente estado— y él, eran incompatibles. El problema era la inestabilidad, y para solucionarla fue a comprar varias escuadras metálicas.

Cuando Anne regresó esa tarde del trabajo, se lo encontró planchando, muy satisfecho. La pinta de Henry era muy extraña, ataviado con su kikoi multicolor y sus viejos zapatos de vestir. Anne pensó que la palabra «exótico» no bastaba para describirlo, pero no sabía qué otra utilizar.

—¿Dónde está Hilly? —preguntó.

—En una fiesta de cumpleaños. Tengo que ir a buscarla a las siete.

Anne intentó cerrar la puerta de la cocina, pero la tabla de planchar se movió con la puerta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó consternada.

—Ha quedado bien, ¿verdad?

—¡Dios mío!

—No había manera de que la maldita tabla se quedara quieta.

—Pero… pero tú has…

—Sí, la he atornillado a la puerta.

—¡Pero…! —Anne examinó los tornillos y las escuadras de metal—. ¡Mira cómo ha quedado la puerta!

—Pensé que te iba a gustar —dijo Henry, molesto—. Está más firme que antes.

—Sí, pero ocupa media cocina, y no puedo llegar a los armarios donde guardo la comida.

—Reconozco que hay pequeños inconvenientes, pero básicamente…

—Quítala, por favor.

—Me parece que cometes un error.

—¡Por favor, padre!

—Como quieras.

—Tendrás que tapar con algo esos agujeros, y volver a pintar la puerta.

—Llamaré a un carpintero.

—¡No podemos pagar un carpintero!

Anne subió a la planta alta y tomó un largo baño. Pon la mente en blanco, se decía. Relájate…

Había sido un día muy difícil. Tom ya le había advertido que aquello sería una prueba de fuego, y Anne se sentía exhausta. Él hacía lo que podía para ayudarla, pero estaba ocupadísimo escribiendo un informe sobre los suicidios en las prisiones de Inglaterra y de Gales para el Ministerio del Interior.

Tom la había hecho responsable de la inspección semestral sobre las condiciones de higiene en la cárcel.

—En situaciones normales, yo habría ido con usted, pero estoy metido hasta el cuello en estos informes. Les lo sabe todo sobre el asunto.



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